El 7 de enero de este año la vida se paralizó para Eduardo Olea. Ese día, Dylan, su nieto (en la foto) murió arrollado por un conductor en estado de ebriedad. A Eduardo le tocó acompañar a Dylan en la ambulancia
Desde ese momento y en un patrón que lamentablemente se repite entre familiares de víctimas de siniestros por conductores en estado de ebriedad, Eduardo y su familia cayeron en una vorágine compleja, que nadie imagina: protocolos jurídicos enredados (que nadie se encarga de aclarar), imputados indiferentes e incluso displiscentes, generalmente con recursos para pagar abogados influyentes, jueces garantistas y así, un proceso que da la espalda a las víctimas y que por cierto ahonda el dolor.
El mismo día que Eduardo dio esta entrevista, el conductor responsable de la muerte de Dylan, obtuvo el beneficio de arresto domiciliario nocturno. Desde el hecho había estado bajo arresto domiciliario total. “A nosotros nos tiene tristes y apenados porque vemos que no hay justicia”, dice Eduardo desde su casa en Quintero, ciudad donde se produjo el atropello.
El conductor que atropelló a Dylan iba conduciendo en estado de ebriedad. En el control in situ marcó 0,8, pero con el paso del tiempo y después de algunas revisiones, la alcoholemia terminó marcando lo suficiente como para que su condición pasara de “estado de ebriedad” a “bajo la influencia del alcohol”. Eduardo agrega otro dato: “En la carpeta investigativa dice que no había consumido drogas pero estaba con licencia médica, con medicamentos y esos medicamentos no aparecen mencionados en la carpeta”.
La defensa se está basando en un recurso en el que atribuyen la muerte de Dylan a un mal procedimiento en el hospital donde fue atendido. “Pero yo tengo el certificado de defunción que dice: Politraumatismo Esquelético Visceral». El médico de urgencia me dijo que con eso era imposible que sobreviviera. Yo iba con él en la ambulancia y nunca dio señales de vida. Se están basando en cosas nada que ver y eso nos tiene muy mal”.
El conductor que provocó el atropello, es bombero y solo está suspendido de la institución, además tiene una empresa “y yo creo que han intercedido para que salga lo más limpio posible”, asegura Eduardo. “Aquí en Quinteros todo el mundo lo conoce y todo el mundo lo ayuda”. Sin embargo, ha tenido una conducta reprochable. “Él nunca ha venido a conversar con nosotros, ni él ni nadie de su familia. Al contrario, se han burlado. Al principio estuvo en prisión preventiva y cuando le dieron arresto domiciliario salió riéndose en la cara de mi hija”.
Es un momento muy complicado para Eduardo y su familia, porque siente que la justicia les está dando la espalda. Aún no se sabe cuándo será el juicio porque aún faltan algunos antecedentes para determinarlo.
“Nos sentimos impotentes. La ley debería considerar el alcohol sin distinción. Solo consumo de alcohol. Da lo mismo cuánto. Si yo matara a una persona, me voy preso y me secaría en la cárcel. Pero este señor no está preso y hasta el momento está saliendo sin ninguna culpa”.
Eduardo cree que la “mano dura” es la forma de hacer entender a la gente que no se puede manejar después de haber bebido alcohol. “Hoy la gente sabe que la justicia está mal hecha y salen libre a los pocos días. Me gustaría que de una vez por todas se hiciera justicia como debe ser y se tomaran cartas dando sentencias ejemplificadoras”.
Mientras tanto, él y su familia siguen a la espera de su propia justicia.